Algunos historiadores han venido manifestando gran
preocupación política por los orígenes de los territorios vascos desde el siglo
XVIII. Con el transcurso de los años, sus teorías se convirtieron en arma
arrojadiza en favor o en contra de quienes defendían o atacaban la independencia
del señorío de Vizcaya de los reinos de Castilla, León o Navarra. Es decir,
surgió una polémica con enorme carga emocional en la que se comenzó a mezclar
subjetivamente la historia con la política, pero con un claro objetivo por ambas
partes: preservar o abolir los fueros vascos. Éste, y no otro, fue el fondo y el
origen de esta cuestión: la abolición foral vasca. Los que mantenían que Vizcaya
había sido territorio dependiente de otros, consideraban que los fueros tenían
su origen en concesiones graciosas de los soberanos de quienes habían dependido
y, por consiguiente, pensaban que eran alterables y modificables a voluntad del
poder de que habían emanado. Mientras que los defensores de la foralidad
vizcaína opinaban que los vizcaínos fueron siempre hombres libres, gobernados por
sus fueros, usos y costumbres ancestrales, que ellos mismos se habían dado.
Se puede decir que el detonante de este debate comenzó el año 1798 con la
publicación de la Historia civil de la M. N. y M. L. Provincia de Álava de
Landázuri. En ella se manifestaba que las provincias de Álava y de Vizcaya
fueron siempre libres de toda sujeción y que gozaron de una total independencia.
Ese mismo año don Juan Antonio Llorente publicó las Noticias históricas de las
Provincias Vascongadas, un intento que trataba de demostrar que esos territorios
nunca habían sido independientes. Le contestó don Pedro Novia de Salcedo con su
Defensa histórica legislativa y económica del Señorío de Vizcaya y Provincias de
Álava y Guipúzcoa, el año de 1829 (publicada en 1851). En esta obra, su autor
expuso las tesis sobre la independencia de esos territorios. Don Estanislao de Labayru en su Historia General del Señorío de Bizcaya, se manifestó en este
mismo sentido en 1895. En el siglo XVI, opinó de igual manera el cordobés don
Antonio de Morales en su Crónica General de España. En el XVII, el
vallisoletano don Luis Salazar y Castro defendió la independencia secular del
señorío de Vizcaya en el Índice de las Glorias de la Casa Farnese y en la
Historia genealógica de la Casa de Haro, publicada doscientos años después por
la Real Academia de la Historia. Salazar y Castro dejó escrito que él había
mantenido que el señorío de Vizcaya había sido feudo dependiente de las Coronas
de Castilla, León o Navarra, pero se retractó públicamente al afirmar, en esa
misma obra, que el señorío de Vizcaya fue siempre país libre sin dependencia
alguna de otros, como tantas veces se había dicho. En 1776 el santanderino don
Rafael Floranes asumió las mismas tesis sobre la independencia de esos
territorios en su Discurso histórico y legal sobre la exención y libertad de las
tres nobles Provincias Vascongadas. Durante el siglo XIX defendieron estos
mismos argumentos autores no vascos como fueron: Pérez Villamil, Vicente de la
Fuente, Danvila y Collado, y Oliver Hurtado, entre otros.
Como consecuencia de la defensa que hizo de los fueros don
Pedro Novia de Salcedo, a través de su obra citada, fue nombrado hijo benemérito
del Señorío de Vizcaya. Y don Juan Antonio Llorente, el canónigo de la catedral
de Toledo, que escribió contra los fueros vascos, secundando la campaña
antifuerista de aquellos días, por encargo del Gobierno del rey de España, don
Carlos IV, se ofreció, años después, al señorío de Vizcaya, para que le editara
otro trabajo en el que refutaba gran parte de su obra anterior y hacia la
defensa histórica y fuerista de las provincias vascongadas. (Vid. La Casa de
Salcedo de Aranguren, Javier de Ybarra y Bergé. Editorial El Pueblo Vasco,
Bilbao,1944, pag. 273.)
No hace mucho apareció el libro Los Vascos en la historia de España de mi buen
amigo el embajador de España, don José Antonio Vaca de Osma, de quién tomo
prestado el título de su libro para encabezar este artículo dirigido a los
lectores del diario El País. Vaca de Osma nos presenta un
interesante compendio histórico. Sin embargo, debo decir que mantengo
discrepancia con algunas consideraciones que hace en su libro. Comenzando por
los sucesos mas recientes, relacionados con el secuestro de mi querido padre,
Javier de Ybarra y Bergé, en el año 1977, tengo que afirmar que el lehendakari
del Euzkadi Buru Batzar del Partido Nacionalista Vasco, en aquel momento, Carlos
Garaikoetxea, condenó a la organización terrorista y pidió que se respetara su
vida. También, varios dirigentes del PNV, entre ellos el lehendakari Leizaola,
emitieron durísimas condenas contra los terroristas. Mikel Isasi y Eugenio
Goyeneche, destacados miembros de ese partido, se ofrecieron como rehenes de mi
padre. Por todo ello, la información que recoge Vaca de Osma en su libro,
insinuando cierta complicidad del PNV en la muerte de mi padre, no se ajustan a
la realidad de los hechos y, además, hay que añadir que en aquella época no
existía ningún gobierno vasco ni colaboración alguna entre el PNV y aquella
institución inexistente. Estoy convencido de que José Antonio Vaca de Osma ha
sido sorprendido en su buena fe al tomar esa información de otro libro, pero yo
en conciencia me veo en la obligación de contar la verdad de los hechos.
José Antonio Vaca de Osma se equivoca al comparar el señorío
de Vizcaya con los señoríos realengos de Castilla. Don Fernán Pérez de Ayala, el
padre del canciller don Pedro López de Ayala, en el proemio del fuero del
señorío de Ayala que él recopiló en 1373, advierte que no existieron en Castilla
territorios como los de Vizcaya, Ayala y Oñate. Mi tesis de que el señor de
Vizcaya reunía en su persona las condiciones de soberano independiente, como
señor de Vizcaya, y la de vasallo del rey, como ricohombre de su reino, le
parece a Vaca de Osma un juego inteligente sobre ficciones jurídicas, pero sin
peso histórico suficiente en relación a la realidad de los hechos. Cuando se
habla de ficciones jurídicas hay que argumentarlas, cosa que él no lo hace. Los
reyes de Pamplona y de Castilla siempre buscaron la amistad y la colaboración de
los señores de Vizcaya. En agradecimiento a las alianzas que hacían entre ellos,
los reyes otorgaban a los señores de Vizcaya, cargos, honores y estados en sus
reinos. Por este motivo, mantengo que el señor de Vizcaya reunía en su persona,
además de la condición de soberano independiente, la de vasallo del rey. La
independencia de Vizcaya hasta que se incorpora a Castilla en 1379, está
demostrada con hechos objetivos muy probados y avalados por muchos historiadores
conocedores de la historia del señorío. Si Vizcaya hubiera pertenecido a
Castilla, como afirma Vaca de Osma, su territorio hubiera sido incluido en el
Becerro de 1352, cosa que no ocurrió. Y sin embargo, don Juan Núñez de Lara y su
hijo Nuño, los señores de Vizcaya, aparecen en el Becerro como poseedores de
señoríos, lugares y behetrías en el reino de Castilla.
Se contradice Vaca de Osma en sus planteamientos cuando afirma que los vascos
dependían de otros y al mismo tiempo habla de la incorporación voluntaria de
aquellos territorios al reino de Castilla. ¿Cómo es posible mantener ambos
extremos al mismo tiempo? Si Guipúzcoa se incorporó voluntariamente a la Corona
de Castilla el año 1200, Álava en 1332, Ayala y las Encartaciones en 1334,
obviamente, quiere decir que esos territorios, antes de su incorporación, no
formaron parte de Castilla. Además, habría que preguntarle a Vaca de Osma por
qué a partir de 1379, cuando el señorío de Vizcaya se vincula a la Corona de
Castilla, sus reyes comenzaron a titularse señores de Vizcaya. Lógicamente,
porque antes de esa fecha el señorío de Vizcaya no pertenecía a Castilla. Es
cierto que antes de 1379 hubo algún rey que utilizó el título de señor de
Vizcaya, pero lo usó como título de pretensión. En 1331, el rey don Alfonso XI
de Castilla simuló la compra del señorío de Vizcaya a doña María Díaz de Haro,
entonces religiosa en el monasterio de Perales (antes había sido señora de
Vizcaya). En 1332, el rey comenzó a titularse señor de Vizcaya. En 1334, ocupó
el señorío de Vizcaya, pero no pudo tomar los castillos que se mantuvieron
leales a sus legítimos señores y los vizcaínos no le aceptaron como su señor. En
1335, el rey se vio obligado a hacer la paz con los vizcaínos, desocupó el
señorío y dejó de usar el título de señor de Vizcaya.
A pesar de los muchos intentos que se hicieron por dominar el señorío de
Vizcaya, nunca se consiguió someter a los vascos en la transcurso de la
historia. Las pretensiones sin ningún éxito de los reyes astures por dominar los
territorios vascos más occidentales, fueron comparables a los intentos de los
reyes visigodos del reino de Toledo por conquistar aquel territorio. Lo mismo
sucedió con los reyes de Pamplona y los de Castilla en relación al señorío de
Vizcaya, hasta que recayeron en el infante don Juan de Castilla los derechos
sucesorios del señorío de Vizcaya en 1370. Nueve años después, coincidieron en
la persona del rey don Juan I la Corona de Castilla y el señorío de Vizcaya.
Entonces fue cuando se produjo la anexión o vinculación del señorío de Vizcaya a
la Corona de Castilla y no antes, como se viene manifestando de forma reiterada
en ensayos y tratados sobre la historia de España.
Mi discrepancia con la tesis que defiende Vaca de Osma reside en el origen de la
polémica foral iniciada durante el siglo XVIII: los fueros de Vizcaya no
surgieron como concesiones o privilegios otorgados graciosamente por ningún rey
astur, navarro ni castellano. Mi buen amigo José Antonio Vaca de Osma piensa lo
contrario, aunque albergo la esperanza de que emulando a don Juan Antonio
Llorente, como hemos visto, cambie sabiamente de parecer.
El proceso de la unidad política se comenzó durante la Edad Media y quedó
consolidado con los Reyes Católicos mediante los sucesivos pactos que realizó la
Corona con los distintos territorios de España en el transcurso de la historia.
Se podría decir que entonces se dieron los supuestos políticos de un Estado
federal, porque esos territorios que se iban incorporando a la Corona de
Castilla contaban con lo que hoy llamaríamos un poder constituyente originario.
Pero una vez lograda aquella unidad política en el siglo XVI, con el paso de los
siglos, España se convirtió en un Estado unitario centralizado y se fueron
vulnerando aquellos pactos que dieron lugar al nacimiento de la soberanía
española, o lo que es igual, al nacimiento de su unidad política. Pero cien años
después de la abolición de los fueros vascos, con el rey don Juan Carlos I,
derogados en la Constitución de 1978 las Leyes de 1839 y 1876 que acabaron con
la foralidad vasca, se puede afirmar que han sido restablecidos, con el nuevo
Estado de las autonomías, a través de la voluntad popular, aquellos pactos que
en su día hicieron los reyes de Castilla con los territorios vascos. José
Antonio Vaca de Osma denuncia con acierto los gravísimos errores que se
cometieron durante el siglo pasado. La abolición de los fueros afectó
profundamente a las tradiciones y a los sentimientos de los vascos. Si no se
hubieran cometido aquellos lamentables errores, hoy no existirían entre los
vascos sentimientos nacionalistas. Los alaveses, los guipuzcoanos y los
vizcaínos siempre se sintieron satisfechos vinculados a la Corona, a través de
los Pacto que hicieron con los reyes. Porque así fue posible --hasta que
comenzaron los recortes forales--, la convivencia pacífica y la colaboración de
los territorios vascos con el resto de España durante tantos siglos de historia
común.
Diario EL PAÍS. Madrid,
3 de junio de 1996.
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